Me gusta seguir escribiendo a lápiz, ni siquiera a mano con un bolígrafo o una pluma, no, a lápiz.
Suelo comprar siempre los mismos lápices, de la misma marca, y los apuro casi hasta el final.
Los utilizo en casa para apuntar tareas, anotar reflexiones, captar ideas, plasmar conceptos… Pero también cuando estoy con el cliente recogiendo un briefing o escribiendo algo importante para un proyecto. Incluso, a veces, cuando tengo que escribir un post para el blog, comienzo la redacción a lápiz. Los que me conocen y trabajan conmigo lo saben.
Y es que, cuando cojo ese trozo de madera, deslizo el grafito o borro con su goma, hay algo mágico que me reconecta con el niño que fui, que disfruta justo con esa forma tan especial de trazar la escritura, de acabar las letras y las palabras a mi manera, con mi propia tipografía, con mi propio estilo.
Me encantan mi ordenador personal y mi smartphone, no puedo negarlo, pero cuando se trata de algo íntimo, personal e intransferible, voy a buscar mi lápiz.
La tecnología avanza, pero sigo manteniéndome fiel a pequeños hábitos que me proporcionan placer, que reconocen mi identidad, que no siguen las tendencias, las modas y que, probablemente me acompañarán hasta el final. Son detalles, sí, lo son, quizá no sea lo más importante, por supuesto, pero como les digo a mis clientes: Tu identidad es un sumatorio de detalles que los demás perciben, y que con ellos elaboran una imagen de ti. Buena, mala? Simplemente lo que tú eres y cómo te muestras, lo que transmites.
Si trasladamos esto a tu empresa o a tu proyecto profesional, da que pensar, verdad?