Simplemente cuestión de amistad

Tengo la suerte de tener grandes amigos, el que vino a visitarme el otro día es uno de los de verdad, de los que tienen compostura, que como dice mi admirado Pablo D´Ors: Es la elegancia de la presencia. Uno de esos que no solo vienen a escucharTE en casos urgentes de desamor y a compartir un vino contigo, sino que vienen a entregarse en el pleno ejercicio de la amistad, que acuden a vivir el cuerpo a cuerpo, a conmoverse o a alegrarse y a vivir el encuentro con profundidad, a estar atentos y a escuchar, porque como decía Simone Weil: Solamente amamos si estamos atentos.

Pues bien, este amigo acabó concluyendo: Juanjo, al final todo lo externo es decorado. Y es que el tipo de amor, las relaciones en general que vivimos en el siglo XXI, parece que forman parte de un atrezzo emocional, de un deambular frívolo, amortiguado e infantil, donde las historias se suceden, aparecen y desaparecen a golpe de click, donde los emoticonos son el fast food de la palabra valiente y elegida y los chats sustituyen la barra del bar, o ni siquiera, porque los teléfonos siguen estando presentes y activos junto a la copa. Situaciones donde confundimos el estímulo, la persona amada, con el amor. Fenómenos como el Branded Influencer Fatigue, o lo que es lo mismo: Hasta el gorro de los influencers y sus mensajes materialistas y distorsionadores.

Qué queda? Queda el silencio, el silencio que ahora busco de nuevo, el que siempre me acompaña, el que frecuento y, también, el que une. El que te da la verdadera medida de ti y de los demás.

Compartía también con este buen amigo la vivencia de haber sido niños solitarios, que se refugiaban en su cuarto buscando su mundo, su universo, sin percibir entonces que habían comenzado a buscarse a sí mismos. Y eso es una putada, pero también una suerte, porque ya nunca te abandona, no se puede desaprender. No existe otra salida, y pronto empiezas a saberlo.

Y ese idilio con el silencio te hace reconocer, y reconocerte, delante de cualquier persona, y saber rápidamente si te gusta o no, si llegaremos incluso a amarla o no. Es que no nos conocemos todavía…, yo sí.

Ese silencio es lo primero que buscas cuando sales por la puerta de atrás de un amor frustrado, cuando te decides a amar la pérdida, a comprender las razones del otro, las circunstancias de la persona. Su vida.

Es adictivo, porque borra y disuelve el rencor, la rabia, como lo haría un ácido, acolcha la pena y te devuelve algo de sosiego.

Te ayuda de nuevo a amar tu fragilidad, tu vulnerabilidad, que es lo que te hace fuerte y te renueva las ganas de seguir amando.

Gracias amigo, porque nuestros silencios nos unen y nos cambian.

 

Por Juanjo Martí

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