Hacer cosas, comprar objetos, acumular conocimiento en favor del ego, cambiar fotografiarse por vivir, consumir experiencias, descubrir novedades, comer en restaurantes a la última, vestir a la moda, degustar el último cocktail y probar la droga que mola, tener propiedades, practicar sexo sin alma, sumar seguidores, tener amigos virtuales, devorar noticias sin profundidad, hacer piruetas yoguicas, jugar a ser espiritual, ir a talleres, leer libros sin pausa ni reflexión, vestir para gustar, cultivar tu cuerpo para los demás, practicar deporte como escape… Todo eso, y mucho más, son los signos de nuestro tiempo.
Sin saber porqué llega un momento que paras. La vida te susurra al oído: Para querido. Y te detienes, respiras, sientes y haces caso, paras.
Y empiezas a hacer pocas cosas, muy pocas. Lo cual es raro, anacrónico, anticultural y lo que es todavía peor «aburrido».
Sin embargo, la determinación es cada vez mayor, y la plenitud también.
La sensación de soledad se acrecienta, los amigos se cansan de llamarte, las mujeres que conoces no se acostumbran a ese ritmo vital. Pero tú perseveras, no hay vuelta atrás, el instinto te señala la dirección y tú le obedeces.
Parece que conoces el camino, es como si ya hubieras pasado por ahí. Todo te resulta familiar y sigues adelante, sin más expectativa que vivir a tu manera.