Encontrar dignidad en la calle

Llamame José… O Pepe, como prefieras.

Como cada día he salido temprano a pasear al perro y, de camino al descampado donde lo llevo a correr, me he vuelto a encontar con un señor en el mismo banco donde últimamente lo suelo encontrar, tenía dudas de que viviera en la calle porque va bien vestido y muy aseado, pero el hecho de verlo muchos días seguidos con la misma ropa me ha hecho sospechar que realmente sí vive en la calle. Lleva una camisa negra, unas zapatillas negras a juego y un pantalón como tejano beige, vamos como yo a veces me suelo conjuntar la ropa. Pero su mirada está normalmente caída, desprende cierta tristeza y lleva siempre consigo un par de bolsas de plástico. Llegué a pensar que vivía por la zona y bajaba cada día al mismo banco para buscar este solecito de otoño, pero no, allí pasa las noches y la mayoría del día.

Hoy me he acercado a él lo he saludado y le he preguntado si necesitaba alguna cosa, me ha saludado también y me ha dicho que no, que no necesitaba nada. Está bien? le he preguntado, sí, sí, me ha contestado. Y me he quedado a charlar un rato con él, un placer la verdad. No sé por qué pero la gente de la calle me da que pensar, cómo han acabado ahí, que fue de su vida, de su infancia… Que cualquiera puede estar un día en su situación.

Después de un rato, le he preguntado que cómo se buscaba la vida y me ha contado que iba al Mercadona más cercano y pedía la voluntad durante la mañana y que gente que ya lo conocía le compraba algo de comida: Unas galletas, un zumo… Luego, por la tarde que me he parado otro ratito a charlar con él y me ha confesado que es caprichoso con la comida, que prefiere unas galletas ricas a un bocadillo y que nunca come de caliente, ahora, eso sí, ni bebe ni fuma porque necesita conservar la salud para poder sobrevivir. Tampoco toma medicinas si no es muy necesario, que aunque tiene atención médica si le duele la cabeza, por ejemplo, se espera a que se le pase. Queja, ninguna.

También me ha contado que cada mañana lo primero que hace es ir al cementerio a lavarse y afeitarse y, de paso, visita a su familia, a sus muertos. Le he preguntado si quería venir a casa a darse una ducha caliente pero me ha dicho que no quería molestar, que él se aseaba cada día y, claro, no he querido insistirle. La dignidad que para algunos no se pierde ni en la puta calle.

Me ha caído bien y me apetecía hablar con él, me ha contado algo de su vida, que había nacido en una familia muy pobre de siete hermanos y padre analfabeto y que, aunque había trabajado muchos años, no los últimos 15 de su vida laboral y que por eso le habían denegado la pensión, estaba esperando la pensíon mínima creo que me ha dicho de unos 400 euros, que también se la habían denegado, él cree que por la pandemia, pero que todavía tiene esperanza que se la concedan. Queja, ninguna. Que se había hecho cargo de su padre y de un hermano con síndrome de Down durante una parte importante de su vida y que vivían los tres en un piso alquilado de renta antigua de la pensión de ambos hasta que los dos murieron, su hermano hace dos años, y se vio sin recursos, sin trabajo, ya mayor y a la calle. Pero que si recibiera la pensión mínima que seguramente ya no nos veríamos porque rearía su vida, 200 euros para una habitación y, como decía él, con 200 euros más me sobra para comer. 74 años.

Todavía conserva dos hermanos, pero como me decía ellos tienen sus problemas y no quiere molestar, que cuando necesite algo de verdad se pondrá en contacto con ellos. No tiene móvil porque se lo robaron y la ropa se la guarda un amigo y, de vez en cuando, va y se cambia. Se lava la ropa en alguna fuente de tarde en tarde y espera pacientemente con una sábana enrollada a que se le seque. En una de las bolsas de plástico lleva una mantita, una sábana, ropa interior y una bolsita de aseo con agua de colonia, como él me ha dicho, y en la otra bolsa, más pequeña, algo de comida. Le he comentado que tenía una mochila de sobra, pero me ha dicho que prefire la bolsa de plástico porque así no le roban.

Los amigos, los de verdad, que le llamaban el chato, se le han ido muriendo. No tiene a nadie pero pasa el día y la noche a la intemperie y sin móvil con que entretenerse, le he preguntado si le gustaba leer pero me ha dicho que no mucho que lo que le entretiene es la radio, los programas deportivos de la noche, pero que también se la robaron. Vamos a ver si le conseguimos una en el chino.

Educado hasta la médula, me ha pedido disculpas por tutearme. Más dignidad sin techo que muchos con él. Cada vez que se alargaba en la explicación me comentaba que no quería hacerme perder el tiempo y le he dicho que no, que estaba ahí porque quería y que si no me interesara la conversación hacía rato que me hubiese ido. Esta tarde que me he vuelto a acercar a saludarlo y me ha invitado a sentarme en el banco con él, estaba comiendo unas mandarinas como única cena, y agradecido, se ha quejado de algo? No.

Un talante increíble, una actitud de verdadera humildad y unos ojos claros que miran directos a los tuyos pero sin el menor atibo de prepotencia, ni de agresividad.

Querido Pepe, yo que me paso parte de mi tiempo buscando y escuchando referentes en internet y resulta que te tengo debajo de mi casa. Tanto yoga y resulta que este tipo, con todas sus visitudes y sus carencias vive conectado y sin queja. En el tiempo que hemos estado juntos, cerca de una hora no le he escuchado meterse con nada ni con nadie, lo único comentarme que la vida, cuando se nace sin recursos, puede ser muy dura.
Que en esta sociedad todos tenemos las mismas oportunidades, los cojones!! Eso lo digo yo.

He pensado en sacarle una foto, pero no quiero exponerlo a esto de las redes como un mono de feria. Prefiero albergarlo en mi corazón de momento y que cada uno se lo imagine a su manera. No son invisibles, tienen corazón, algo de esperanza y fueron niños o niñas como tú en algún momento.

Gracias chato, por enseñarme algo más de la vida.

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